Más crecimiento, menos empleo: las dos caras de la inteligencia artificial

Competencia – Ganadores y perdedores: el despegue de esta tecnología mejora la productividad, pero también es una amenaza para innumerables puestos de trabajos.

 

 

 

 

No es ciencia-ficción; sus efectos ya están aquí. Aún resuenan las palabras del científico y programador Andrew Ng en las aulas de la escuela de negocios de Stanford: «Es la mayor revolución desde la introducción de la electricidad hace 100 años. No veo ningún sector que no vaya a transformar a medio plazo». Se trata de la inteligencia artificial. Una tecnología que alumbra un floreciente negocio cuyos ingresos crecen a un ritmo anual del 55%. El dinero llama al dinero y la financiación de proyectos en este campo se ha multiplicado por 8,5 veces desde 2012. Las máquinas que piensan como humanos contribuirán a mejorar la productividad impulsada por el crecimiento económico. La cara b tiene su reflejo en la destrucción de cientos de miles de empleos. En un modelo económico transformado en un juego de suma cero, habrá países y empresas que ganen a costa del resto. De momento, un pelotón liderado por Estados Unidos y sus corporaciones lleva ventaja en esta transformación.

 

Al hablar de inteligencia artificial, la tendencia natural es pensar en robots, pero esta tecnología es mucho más. El coche autónomo o los sistemas de reconocimiento de voz son hijos suyos. También beben de sus avances las fintech o los diagnósticos de enfermedades mediante algoritmos, entre otros cientos de aplicaciones industriales. Es tal su radio de acción que la primera tarea consiste en delimitar el campo de juego, buscar una definición. «Es un software que imita una serie de procesos de la mente que nosotros consideramos como complejos, inteligentes y exclusivos del ser humano», describe Manuel Fuertes, presidente del Grupo Kiatt. «Se basa en comprender el entorno que nos rodea y extraer, y analizar una serie de datos por medio de la experiencia o el aprendizaje, para después razonar y tomar decisiones por cuenta propia», añade este experto, que también es adjunto en el centro Oxford University Innovation.

 

Una dificultad para definir los sistemas cognitivos es que parece que siempre es algo que está por llegar. Además, cuando se aplican a un ámbito concreto, cambia su denominación. Un ejemplo es el servicio de Google Maps o las plataformas logísticas de Amazon. «Eso le da un aura futurista que provoca miedo. Muchas veces se confunde la forma con el fondo: no hablamos tanto de robots, sino de la capacidad de las máquinas para aplicar pautas de razonamiento», sostiene Elena Alfaro, responsable de Data & Analytics de BBVA. El banco tiene un equipo de 50 personas especializadas en sistemas cognitivos que trabajan para mejorar la experiencia del cliente -ofreciéndole, por ejemplo, productos personalizados-, así como en el desarrollo de procesos internos vinculados a la gestión del riesgo o la detección de fraudes.

 

El origen de la inteligencia artificial se remonta a los avances que Alan Turing logró durante la Segunda Guerra Mundial en la decodificación de mensajes. El término como tal se usó por primera vez en 1950, pero no fue hasta los años 80 cuando la investigación comenzó a crecer con la resolución de ecuaciones de álgebra y el análisis de textos en diferentes idiomas. Su despegue definitivo ha llegado en la última década gracias a que ha coincidido en el tiempo con el crecimiento de Internet y de la potencia de los microprocesadores. «La inteligencia artificial puede ser la tecnología más perturbadora que el mundo ha visto desde la Revolución Industrial», escribía recientemente Paul Daugherty, responsable de tecnología de Accenture, en un artículo publicado por el Foro Económico Mundial. «Este campo está floreciendo ahora debido al aumento de la computación ubicua, los servicios en la nube de bajo costo, nuevos algoritmos y otras innovaciones», añade Daugherty.

 

Este salto cualitativo de los sistemas cognitivos empieza a traducirse en un próspero negocio. La adopción de esta tecnología en un amplio rango de industrias disparará los ingresos de las compañías que dedican a ella desde US$ 8000 millones obtenidos el año pasado en todo el mundo hasta los US$ 47.000 millones en 2020, según International Data Corporation (IDC). «Los desarrolladores de software y sus clientes han empezado a probar la inteligencia artificial en casi todas las aplicaciones y procesos empresariales», sostiene David Schubmehl, experto de esta consultora.

 

En ese aprendizaje, gracias a la expansión del Internet de las Cosas (la conexión de los objetos entre sí y el envío constante de datos entre ellos), pronto se logrará que las máquinas se enseñen cosas unas a otras. Por ejemplo, en el campo del coche autónomo se están desarrollando algoritmos para que los vehículos puedan avisarse en caso de accidente o si las condiciones climatológicas cambian, para modificar por su cuenta los parámetros de la conducción. «La inteligencia artificial es una de las tecnologías que forman nuestro concepto de Industria 4.0 y contribuye a la digitalización de las empresas. En una organización se genera mucho conocimiento y los sistemas cognitivos permiten que esos datos se conserven, se clasifiquen y sean accesibles para todos los trabajadores», destaca David Pozo, experto de Siemens. En algunas empresas se usan sensores para recopilar datos que, procesados por la inteligencia artificial, permiten prevenir accidentes laborales o detectar posibles averías mucho antes de que se conviertan en un problema grave.

 

Destrucción de empleo

 

El advenimiento de la inteligencia artificial va a tener un impacto negativo sobre el mercado laboral. Uno de los estudios más completos en este sentido es el realizado por dos profesores de Oxford, Benedikt Frey y Michael Osborne, según el cual el 47% de los puestos de trabajo en Estados Unidos corre el riesgo de ser sustituido por máquinas. Este informe es algo antiguo (2013), teniendo en cuenta la velocidad a la que evolucionan los sistemas cognitivos, pero sus conclusiones son similares a investigaciones más recientes. Bank of America Merrill Lynch prevé que en 2025 el impacto disruptivo de la inteligencia artificial podría alcanzar un rango de entre 14 billones y 33 billones de dólares, incluyendo nueve billones en ahorro de costes por la automatización de puestos de trabajo. Mckinsey Global Institute pone en perspectiva el momento que vivimos: «La contribución de la inteligencia artificial en la transformación de la sociedad será 3000 veces superior a la Revolución Industrial».

 

La robotización va a tomar por asalto las labores de manufactura en varios campos, como pueden ser el textil o la electrónica, gracias a que permite acelerar la producción y hacerla más eficaz. «Pero, según vaya haciéndose más compleja, esta tecnología irá comiéndose otros trabajos que conllevan una gran especialización y preparación académica, como la contabilidad, la lectura y redacción de informes o de contratos. ¿Quién puede interpretar la ley de forma más exacta que un software desprovisto de sentimientos?», argumenta Manuel Fuertes.

 

La revolución de las máquinas también plantea desafíos éticos. «La potencia de esta tecnología implica una gran responsabilidad», sostiene Fernando Cuenca, responsable de tecnologías bot de Minsait. «Al igual que las empresas, actualmente deben ser responsables con temas como la ecología o la fabricación sostenible; en un futuro muy cercano la responsabilidad social corporativa deberá obligatoriamente incorporar la reflexión sobre si el uso que hacemos de la inteligencia artificial contribuye a construir un mundo y una sociedad mejores o no», concluye.

 

 

 

 

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/

 

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